Un blog de mitos, leyendas, costumbres y tradiciones de México

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Historias del desierto de HA parte 4

Historias del desierto de HA parte 3

Historias del desierto de HA parte 2

 

Historias del desierto de HA parte 1

Relato de viajes: Una comida en el tren

UNA COMIDA EN EL TREN

Escrito por Homero Adame

Antes se viajaba en tren. Ahora, en coche, en avión o, a falta de recursos, en autobús (quién sabe si alguien se aventure a pedir aventón a un desconocido). Los cruceros en barco resultan todo un lujo y el tren… bueno, el tren queda para la historia, y la añoranza.

  En cierta ocasión andaba por tierras michoacanas y, como a no pocos les ha sucedido, me quedé sin dinero. Dos semanas por doquier, conociendo montañas y playas, siempre en autobús, dieron como resultado mi bolsillo casi vacío. Pedir aventón ya era más arriesgado que aventurado porque se contaban toda clase de historias escalofriantes. No obstante, uno como joven estudiante toma cualquier riesgo y yo ahí estaba, parado en la carretera afuera Morelia, esperando que alguien me llevara hacia el Distrito Federal. Se detuvo un camión medio destartalado que iba a Queréndaro. No fueron demasiados kilómetros, pero algo es algo. Después de otros treinta minutos en las afueras de ese pueblo conseguí aventón en una camioneta cargada de rastrojo que iba a Maravatío. Claro que ésa no es la ruta más veloz a la capital, pero a empujones también se llega.

  —Así que va a México –me dijo el conductor, en cierto momento de la plática.

  —Sí, a México –respondí.

  —¿Por qué anda de raite?

  —Es que ya casi no traigo dinero y no completo para un pasaje de autobús.

  —Ah qué la fregá. Váyase en tren. No cuesta casi nada y llega seguro.

Foto de Homero Adame en Vanegas, SLP

  No se me había ocurrido lo del tren y seguí el consejo. Jamás había viajado en ese medio de transporte y me gustó la idea. El hombre me dejó en un pueblo llamado Tungareo y me indicó cómo llegar a la estación, a unos quince minutos caminando entre sembradíos de zanahorias y de fresas. Corté muchas de éstas y las metí en la mochila.

  Aún no divisaba la estación ni los rieles cuando escuché el inconfundible sonido del tren. Y ¡patas pa’ qué las quiero! La mochila en mi espalda brincaba y brincaba. Más tarde vi que las fresas cosechadas se volvieron mermelada sin azúcar.

  La estación se hallaba prácticamente desierta, salvo por los infaltables vendedores ambulantes. El tren paró. Yo todavía respiraba fuerte. Subí y pagué el boleto al cobrador de a bordo y busqué un lugar para sentarme. Era un tren de segunda, repleto de gente con todo tipo de equipaje: cajas, maletas, baúles y bolsas. Las gallinas no podían faltar para agregarle un toque pintoresco al aroma de por sí enrarecido. Como nadie me dijo que se trataba de un tren de segunda caminé de vagón en vagón hasta que encontré uno casi vacío. Muy bien, aquí me acomodo. Aún no me quitaba la mochila de la espalda cuando dos soldados, de rostro inescrutable, se aproximaron para decir que era el vagón exclusivo del correo. “Ah, disculpen…”.

  Recorrí cada vagón, todos atestados, y llegué al último. Era diferente al resto: no había asientos propiamente dichos, sino mesas comunes y corrientes, aunque sin servicio de cafetería. Todos los pasajeros allí eran hombres; iban medio borrachos o ya hasta las chanclas. Levantaron la vista cuando entré y luego siguieron jugando baraja o dominó y escuchando música de mariachi que alguien había tenido a mal sintonizar en una estación de radio. El olor era insoportable, a cantina de mala muerte. Y ahí voy para atrás, a buscar dónde sentarme.

  Encontré un espacio decente, en un vagón lleno de familias y niños. Éstos correteaban de arriba para abajo, haciendo mucho alboroto. Qué más da, es parte del folclor y su ruido es menos estridente que el del mariachi mal sintonizado en la radio. Al poco rato, el tren paró en una estación llamada Pomoca, que supongo era mayor porque ahí subieron varias mujeres a vender comida. Atrás de ellas iban sus chamacos con las tortillas.

  —¡Mole! ¡Mole! ¿Quién quiere mole? –gritaban ellas.

  —¡Yo! –un viajero levantó la mano.

  —Nosotros también –gritó un padre de familia.

  Olía rico el mole y yo no había comido nada caliente desde la noche anterior. «Yo también», grité. Una mujer se acercó y bajó el enorme cazo que llevaba sobre la cabeza. En un plato de plástico sirvió mi ración, acompañada con arroz.

  —Oiga, seño, ¿no tiene servilletas?

  —Pídaselas a mi chamaco, el que trae las tortillas.

  El niño, chaparrito y descalzo, me dio una hoja de papel estraza y le compré una orden de tortillas. No me dieron cucharita ni tenedor de plástico. ¿Cómo se come el mole así? Observa a los demás, esa es la mejor enseñanza.

  La gente comía su mole con singular gusto. El plato sobre las piernas, una tortilla a la mitad hace las veces de cuchara; la chupan para ¿comer?, ¿beber?, ¿ingerir? el líquido. Luego, con los dedos, se agarra la pieza que le tocó del famélico pollo. Yo hice lo mismo.

  Al terminar de comer limpié mis dedos y palmas de las manos con el pedazo de papel estraza, pero no quedaron muy pulcras que digamos. Mi pantalón y playera estaban un poco salpicados, sin haberme enterado cuándo sucedió. Obvio que con el traqueteo algo de mole se tira y se esparce por doquier. Paramos en la próxima estación y las vendedoras descendieron, con los cazos en sus cabezas, seguidas por la ristra de escuincles. Posiblemente iban a esperar el tren de regreso para volver a su pueblo, salvo que vivieran ahí, claro.

  Todavía con el sabor dulce y picosón en mi boca, me levanté para ir a tirar el plato de plástico a ver en dónde. Mi sorpresa fue mayúscula: ¡todo el vagón estaba manchado de mole! Los vidrios, el piso, los asientos, todo, todo era un verdadero “moledar”, por no decir muladar. Y los pasajeros… como si nada. Las moscas volando por doquier serán siempre una visión inolvidable.

  Aunque el mole sea muy sabroso, cómase donde se coma, ahora me pregunto: ¿no sería que por esa razón el gobierno decidió eliminar el servicio de tren de pasajeros en México?

 

Esta versión recortada del relato fue galardonada con el 2° lugar en el “Concurso Viajeros al Tren”, convocado por Tren a Quequén, Argentina, en 2014.

Alberto Tren Quequen en CUENTOS CONCURSO VIAJEROS AL TREN VOTACION

Cerrados los cómputos para los cuentos más populares en Facebook, el veredicto es el siguiente:
Ganadores: 
1° Premio: dotado de $ 100 y Diploma
Cuento N° 317 Votos 263
Boleto de tren envuelto en una servilleta,
SEUDÓNIMO: Elízabeth Lencina
Autora: María Guerra Alves
La Plata, Pcia de Bs AS

2° Premio: dotado de Diploma
Cuento N° 245 Votos 254
Una comida en el tren, 
Seudónimo: Kárviah
Autor: Homero Adame
San Luis Potosí, México

3° Premio: dotado de Diploma
Cuento: 90 Votos 252
Del lado de la ventanilla
Seudónimo: Nadie
Autor: Pablo Casado 
Necochea, Pcia Bs As.

La entrega de Premios de acuerdo a las bases establecidas se realizarán el domingo 3 de agosto en el CEF de Quequén, Av. 554 y 513.

Mexican Folk Stories: The Rabbit and the Coyote

THE RABBIT AND THE COYOTE

Mexican folktale from Galeana, N. L.

There was once an old woman who had a small farm with lettuce, radishes and beets, and there was a bunny that came every night to find something to eat. Tired of it, the old lady put traps, but the bold rabbit was never caught. One day the old lady thought:

«Next time I will put as bait a glued scarecrow, to see if that scares the rabbit does not come anymore.»

The days passed and the rabbit kept coming to feast at the farm. When he saw the scarecrow, he began to mock it, but as this did not answer, the rabbit said, «Look, monkey, I will beat you up until you plead no more. And so he did, the rabbit started beating it up until he was stuck. That day the old lady was not around, so she did not realize that the rabbit had been caught. However, a hungry coyote was passing by and got him. But the bunny, very clever, said:

“Please do not eat me, coyote. Look, you see that herd over there? Tell me which goat you like and I’ll bring to you immediately.

Since this coyote was a bit silly, he believed the Dibujo de Jennifer Mengbunny. So it happened that when he helped the rabbit free, he ran away as fast as he could and only his ears moving were seen. The coyote waited for the goat, but only waited.

A couple days later the coyote happened to find the rabbit again and said:

“I caught again, bunny. The other day you cheated me and now I’m going to eat you”.

«No, Coyotito, let me explain”, said the rabbit. “I caught the goat as I said I would, but when I went looking for you I did not find you, so I decided to make this chicharrones, from that goat. So here you see me preparing. Hm … they’re just about ready. Would you like some?!

“All right, the coyote said, let’s eat”.

With his hand the coyote began to stir the pot where there were supposed to be the chicharrones, but were not such –it was a buzzing hive of bees, producing a noise as if something were frying. In the meantime, the rabbit ran away again as fast as he could, while the foolish coyote realized that he’d been tricked again.

The following night, the rabbit was eating a radish in the farm of the old lady when the coyote stalked from behind and caught him.

“Look, tricky rabbit, I’m really starving and there is no choice but to eat you. After all you’ve mocked me twice”.

When he was about to take a bite, the rabbit said:

“No, Coyote, don’t be silly. Do you really think you’ll have enough with a little bunny like me? Look, do you see that bag over there? Well, that’s a sheep that I caught for you, and if you eat it you’ll have plenty for two or three days. What do you think?”

The coyote got excited and ran to take the bag with the sheep inside, but when he took the first blow he just made a howl of pain. It was a cactus and had thorns! The rabbit had fooled him again.

Time passed and again the coyote found his enemy, this time on the shore of a lake.

“Look, wretched rabbit, now I’m going to eat, he said. You’ve tricked me three times and I will not leave without eating you this time”.

“But Coyotito my friend, before you eat me you should know that I’ve been looking for you because I found a really big cheese, but it fell into the lake and I can’t reach it with my little hand for it’s very short”, explained the rabbit. I was thinking about a solution to get the cheese out of the lake and I think that between the two of us can do it. What do you think, either you hold me until we can retrieve the cheese from the water or I hold you”.

They were discussing who clutched the hand of whom until he finally agreed. They agreed that the rabbit was going to hold the coyote because the coyote had longer arms and could reach the cheese easily. But what the coyote did not know is that the cheese was actually the full moon reflected in the water. Neither did he suspect the rabbit’s plans. When the coyote was already in the water, the rabbit let go and the poor coyote drowned.

In many Mexican indigenous stories as well as ethnic groups in the North American desert, there is a series of stories where the protagonists are a rabbit and a coyote, and the winner can be either. Usually, that kind of story has a moral implication, which is a conventional feature on this literary genre.

In the version we just read, narrated by Milton de la Peña, a student of Geology in Linares, who tells us that it is still popular in the mountainous region of Iturbide, the symbols are the same: a coyote, an animal trickster that usually gets what he wants, whose nature is in folklore dual, because apart from cheating is also a cultural hero, as it provides knowledge of the arts and he did not allowed fire to extinguish, thus protecting the human race. And a rabbit, also in the folklore of some people is a trickster and liar animal, but is equally benefactor, as he brought fire from across the sea for the benefit of mankind, thus demonstrating its dual nature, similar that of his opponent.

Libro de Homero AdameThis story was originally published in the book Myths, Tales And Legends of Nuevo Leon, by Editorial Font, 2005. Monterrey, Mexico.

You can read more Mexican folk stories and legends on this link:

Myths, legends and traditions of Mexico

Recuerdos de la nieve

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«Recuerdos de la nieve» es un cuento de Homero Adame que fue publicado originalmente en el No. 74 de la revista potosina Poramoralarte, en enero de 2011.

De cómo se enteraron en provincia que México había logrado su independencia

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Este relato ficticio sobre la consumación de la Independencia de México fue ideado como tarea escolar y desarrollado por Milán Arvayo Adame, Homero Adame y Jorge Adame M. en septiembre de 2013.

(Tenemos la sospecha de que la tarea fue reprobada…)

CDMX – el Distrito Federal ya no existe

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CDMX es un cuento satírico de Homero Adame sobre la crisis existencial que un ex ciudadano cualquiera o a muchos les pudo haber ocasionado el hecho de que el Distrito Federal dejó de existir a finales de enero de 2016 para convertirse en CDMX.

En el cuento se pregunta cuál es la capital de México, dando a entender que si CDMX es ahora un estado de la República y un estado no puede ser capital de un país, ¿entonces?

Y como parte de su crisis existencial se pregunta «¿dónde nací, si el Distrito Federal ya no existe?» y esa crisis se agrava por el hecho de imaginarse que sus documentos oficiales carecen de validez.

«Desadaptado» – cuento de Homero Adame

Desadaptado - cuento de Homero Adame

Cuento de Homero Adame, publicado en el libro Poquito porque es bendito – antología de microcuentos y cuentos breves, por la Universidad Iberoamericana León, 2013.

Haz click en la imagen para que la veas más grande y el texto sea legible.

«El escarabajo», cuento de Homero Adame

El escarabajo - cuento de Homero Adame

Cuento de Homero Adame, publicado en el libro Poquito porque es bendito – antología de microcuentos y cuentos breves, por la Universidad Iberoamericana León, 2013.

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El último encuentro de los desterrados – Cuento de Homero Adame

EL ÚLTIMO ENCUENTRO DE LOS DESTERRADOS

Por Homero Adame

 

Al crepúsculo de una tarde-noche más, de esas tantas que transcurren en Cerro de San Pedro sin que alguien les preste atención, de pronto se vieron centenares de filamentos opacos por aquí y por allá; eran como luces espectrales que sólo los que estuvieron allí las notaron, si acaso aún tenían la facultad de hacerlo. Tales lucecillas brotaron de la nada, pero en puntos específicos de los alrededores: cerros, tiros de minas y socavones, casas abandonadas, de alguna esquina, de la iglesia de San Pedro, del templo de San Nicolás, del arroyo siempre seco, detrás de alguna piedra o mogote y, por supuesto, de los rumbos del panteón. Avanzaron las lucecillas sin prisa hasta convergir en la Capilla de San Nicolás en Cerro de San Pedro, SLPexplanada frente al templo de San Nicolás. Se saludaron cordialmente, sin recelos ni alegría.

Entre el numeroso grupo estaban la mujer de negro que solía merodear la puerta del templo, los encomenderos españoles, el sacerdote decapitado, los accidentados de la carreta despeñada, el borracho que murió al caer en un tiro de mina, los colgados del mezquite, el apuñalado de la cantina, algunos indios huachichiles, la niña violada y descuartizada, el muchacho que se quitó la vida por despecho, los fusilados, el peluquero envidioso, la mujer de blanco, el barrenador, los mineros que jamás fueron rescatados, el anciano que murió en completa soledad, los gavilleros y también el ánima de aquel infeliz que fue asesinado y sepultado encima de un baúl repleto de joyas y monedas de plata. Y sobre la escalinata de la antigua escuela, se encontraba nada menos que el convocante de tan inédito concilio: el temido y legendario Grafes.

“Amigos, vecinos, viejos conocidos y ánimas todas del mismo peregrinar en este valle sin lágrimas –dijo el Grafes, en tono solemne cuando todos estaban ya reunidos–. Agradezco que hayan aceptado venir a esta convención, a pesar de que algunos de ustedes fueron enemigos en vida o creen tener cuentas pendientes. Creo que saben cuál es el propósito de congregarnos aquí esta noche, por única vez, y me gustaría que todos y cada uno de ustedes dieran su opinión y, de tal modo, llegar a un acuerdo mutuo”.

“Con todo respeto, mi estimado Grafes, yo pensé que iba haber baile y música y por eso he venido –dijo el ánima del borracho, con palabras entrecortadas– pero si me explican con todo respeto por qué estamos aquí sin músicos ni mezcal, pues yo también tengo derecho a dar mi opinión”.

“Claro que algunos músicos estamos aquí –dijo uno de ellos–, pero no nos invitaron a una fiesta y ni instrumentos tenemos ya”.

“Estamos aquí porque ya no tenemos nada que hacer en este lugar ni tampoco hay cristianos que se asusten –dijo la mujer de blanco, y se oyó un murmullo de muchos espectros como en avenencia–. Desde hace mucho tiempo ya nadie nos ve, ya nadie cree que nuestras ánimas existen”.

“Mi alma no ha podido descansar después de tantos siglos –dijo el encomendero español–. No pasa día del Señor sin que mis culpas me atormenten por haber tratado mal a tantos infelices. No encuentro perdón y dudo que este cónclave sea para perdonarme a mí o a cualquiera que en vida cometió algún delito”.

“Todos son perdonados por la misericordia del Señor, hijo mío –le respondió al encomendero el sacerdote decapitado–. Sólo arrepiéntete de tus pecados y tu alma quedará absuelta”.

“¿Y nosotros de qué tenemos que arrepentirnos si nuestra única falta fue no haber querido trabajar como esclavos en esas minas del demonio y por eso se nos acusó de revoltosos” –preguntó uno de los colgados del mezquite.

“Yo me he arrepentido una y otra vez por haber sido tan envidioso y adúltero. Sentía que ustedes me hacían menos y como venganza enamoré a sus mujeres. Y pese a mi arrepentimiento, no encuentro misericordia de nadie –reclamó el peluquero envidioso.

Y así transcurrieron las primeras horas del concilio, en esa noche como cualquier otra, pero especial y diferente por las circunstancias. Los pocos habitantes del pueblo ya dormían y los que no, estaban en sus casas viendo televisión o escuchando música a todo volumen sin que esto alterara la tranquilidad de los demás y menos la de las ánimas reunidas en la explanada, como tampoco ni vivos ni muertos se sentían perturbados por el ocasional estruendo de la dinamita a lo lejos. Las lechuzas que habían estado sobrevolando, finalmente se posaron en un pirul para estar atentas a la conversación.

Todas las ánimas presentes hablaron de sí mismas, de sus “vidas”, del tormento de no poder encontrar descanso, de saber que aun habiendo sido sepultados sus cuerpos en camposanto seguían penando entre el mundo de los vivos y el de los muertos. En un momento determinado, el encomendero dijo a los huachichiles, en tono que denotaba odio ancestral.

“¿Y vosotros, indios desterrados, tenéis algo que aportar a este cónclave? ¿Acaso no habéis aprendido el castellano en todos estos años de vivir como ánimas chocarreras?”.

“Siempre rejegos, hasta en el purgatorio” –murmuró el sacerdote decapitado.

“Idioma castellano o cualquier otro es innecesario para comunicarse entre espíritus –respondió uno de los huachichiles, como portavoz de sus compañeros–. Rejegos sí hemos sido porque jamás hemos creído en símbolo de cruz ni en figura de hombre lacerado, porque cruz no salva a nadie como no ha salvado a sacerdote intrigoso y murmurador. Desterrados no somos como ustedes porque ésta ha sido nuestra tierra y será hasta fin de tiempos. Ánimas chocarreras no somos porque aquí seguimos viviendo y deben todos saber que aceptamos venir a asamblea convocada por Grafes por curiosidad de saber si ya se van ustedes para siempre”.

“Que Dios los oiga y ya nos permita irnos para siempre –dijo la mujer de negro–. Aunque rezo y rezo por ese momento, mi alma no se va lejos de la bendita capilla de San Nicolás.

“Los rezos no sirven para nada –dijo uno de los gavilleros, quien fue secundado por el peluquero envidioso, por el apuñalado de la cantina y por varias ánimas más–. En vida muchos de nosotros nos arrepentimos, rezamos y hasta nos santolearon en el lecho de muerte, y qué sucedió. ¡Nada! Seguimos pagando nuestras culpas.

“A mí, sin haber pecado, también me pusieron los santos óleos, me dieron cristiana sepultura en el panteón, me hicieron todas las misas y debí haber encontrado descanso. Han pasado más de 150 años y sigo aquí, merodeando la nada, acaso esperando encontrar a mi asesino para vengarme” –chilló el ánima de la niña que fue violada y luego descuartizada.

“El sacerdote se negó darme cristiana sepultura, no ofició una misa de cuerpo presente para mí, no me puso los santos óleos ni me pasó los sahumerios –dijo el muchacho despechado–. Explicó a mis padres que yo era un ser maldito, una vergüenza para la santa iglesia, y sus palabras provocaron que ellos se vieran obligados a enterrarme afuera del panteón. Si mi final fue un tormento, más mi eterna búsqueda del perdón.

“Ojalá que al menos hubiera alguien que se tomara el tiempo de venir a dejar flores y ofrendas en nuestros sepulcros durante los Días de Muertos –se lamentó el anciano que falleció en completa soledad–, pero ni eso queda en este pueblo que fue olvidado por la gracia divina”.

“Ya dejen de estar quejándose –dijo el infeliz que fue asesinado y sepultado encima del baúl lleno de monedas de plata–. Mi ánima está atrapada en una tumba deshonrosa y clandestina porque mi patrón me dejó allí para que cuidara su tesoro. Él se largó de aquí y sólo Dios sabe si su ánima ande penando en San Luis o en otra parte, pero acá jamás regresó y me dejó atrapado, aunque la tumba luego haya sido profanada y mis huesos regados, pateados y vueltos a enterrar. Y así como yo, todos estamos aquí atrapados porque este pueblo está más muerto que nosotros y no nos deja salir para encontrar descanso.

Este comentario dio un giro importante a la conversación del concilio. Recordaron las épocas de bonanza, cuando había vida, alegría, dinero y trabajo a raudales. Recordaron también el abandono y la ruina, cuando hasta los gambusinos se fueron para jamás volver. No pasaron por alto evocar las animadas fiestas patronales del 29 de junio y los convites del pasado, además de señalar que las del presente solían estar muy desangeladas. Hablaron de los visitantes ocasionales, esos que llegan a pasear un rato, curiosear e irse; de los festivales culturales que algunas personas enamoradas del pueblo y de su pasado histórico organizan para reavivar su grandeza o para impedir que sea destruido por la minera canadiense.

Al mencionarse la Impacto de la minera canadiense en Cerro de San Pedro, SLPminera, todos voltearon a mirar al Grafes, esperando un comentario suyo, pues cayeron en cuenta de que había estado observando silenciosamente durante toda la velada. Nada dijo entonces, pero se dio otro giro a la conversación y no hubo un solo presente que estuviera de acuerdo con las nuevas formas de minería o de vida. Sin embargo, el tema se prestó a discusión, ya que algunos afirmaron que la presencia de esa compañía minera y de los trabajadores había traído una nueva dinámica a Cerro de San Pedro, dinámica de actividad, de renacimiento y, acaso, de una nueva bonanza, mientras que otros se quejaron porque, según su opinión, los trabajadores venidos de lejos en nada beneficiaban al pueblo, como tampoco lo hacía la minera, que si algo había hecho era simplemente perturbar el descanso de las ánimas.

“¿Cuál descanso?” –interpelaron los accidentados de la carreta despeñada y los que habían muerto fusilados–. “Nunca han descansado nuestras ánimas y esa gente nueva en nada beneficia ni tampoco altera nuestro aburrimiento, o mejor dicho, nuestra zozobra”.

“Ningún descanso –apoyó uno de los mineros cuyo cuerpo jamás fue rescatado después de una explosión en la mina–. Lo peor para nuestra desgracia es que hace poco una de esas enormes máquinas que andan haciendo un boquetón a cielo abierto descubrió nuestros huesos, los removió, los aplastó y siguen y seguirán perdidos entre cúmulos de tierra y jale. Nuestra última esperanza de cristiana sepultura y descanso eterno se esfumó para siempre”.

El barrenador exhaló un suspiro lastimero y pidió perdón a sus compañeros por haber sido el causante de sus muertes. Éstos dijeron que nada había que perdonar porque fueron gajes de su oficio y que ni siquiera el Grafes hubiera podido ayudarlos. En eso, a lo lejos se escucharon varios aullidos de coyotes. Pronto amanecería y ese singular encuentro llegaría a su fin. Fueron el barrenador, un gambusino y los huachichiles quienes pidieron al Grafes que expresara su opinión o diera sus conclusiones, si acaso las tenía.

“A estas alturas de casi la madrugada todos ustedes ya saben exactamente por qué estamos aquí –dijo el Grafes, por fin–. A todos y a cada uno de ustedes los conozco desde que llegaron a Cerro de San Pedro; he estado en esta tierra desde antes que nacieran. Me conocen como Grafes, como Jergas, como el Gris, como el Espíritu de la mina. Unos creen que soy benefactor y otros me temen. Soy anterior a la fe cristiana, anterior a los huachichiles, anterior a cualquier memoria que de aquí se tenga. No soy ánima en pena porque nunca he nacido ni he tenido cuerpo que haya muerto, aunque algunos crean que soy el fantasma de un minero que perdió su vida en un accidente. Lo más aproximado es decir que soy el espíritu de esta tierra, más que de las minas ya explotadas, ahora vueltas a explotar o aún por descubrir.

“Por ser el espíritu de esta tierra los llamé a esta asamblea para decirles que ya también he perdido el ánimo de seguir aquí, porque todo tiene un inicio y todo llega a su fin. No recuerdo cuándo llegué ni quién me ordenó que me quedara a velar por el bienestar del territorio y sus moradores, pero sé que mi tiempo está a punto de concluir y que otro espíritu para esta tierra habrá de ocupar mi lugar.

“Han de saber que también he perdido el ánimo de seguir aquí porque estas nuevas formas de minería son inauditas y más destructivas, son mezquinas y depredadoras; no respetan a nada ni a nadie, extraen todo lo que pueden y cuando las compañías se van, lo único que dejan es un páramo y los mantos envenenados. La bonanza es efímera y más temprano que tarde se irán esas compañías con sus maquinarias a alterar la paz o el devenir de otras ánimas en otro lugar. Para entonces, Cerro de San Pedro, que de cerro ya sólo el nombre le queda, no será ni pintoresco ni atractivo para nadie.

“Estamos aquí reunidos porque esto quería decirles, como también para decirles que el pueblo no tiene atrapado a nadie; son las culpas personales, los remordimientos, las muertes violentas y sus desenlaces lo que los tiene a ustedes atrapados. Y en breve, cuando tres coyotes canten su plegaria al primer rayo de sol que aparezca en el horizonte, será el momento que muchos de ustedes han esperado por décadas o siglos. Se abrirá la puerta de los tiempos y podrán irse para encontrar el ansiado descanso. La decisión es propia y les deseo mucha suerte a todos” –concluyó el Grafes y volvió a su silencio.

Hubo animación e incredulidad en el ambiente. Ninguna de las ánimas sabía qué hacer o decir. ¿Cómo prepararse para partir? ¿Podrían llevarse algo? ¿Pero qué? ¿Podían irse juntos o debían hacerlo por separado? Esas luces espectrales se movían de un lugar a otro en la explanada, como dando vueltas o círculos frenéticos. Hasta las lechuzas alzaron el vuelo y revolotearon en círculos también. Es posible que ellas quedaran liberadas del influjo, si acaso estaban atrapadas por igual.

Los colores de la aurora se hicieron cada vez más intensos en el oriente. El silbato de la minera se escuchó a lo lejos. El pueblo comenzaba a despertar para tener un día más en su monótono devenir. Justo cuando asomó el primer rayo de sol, tres coyotes aullaron en el horizonte. Una fuerte racha de viento se dejó sentir, cobrando fuerza para tornarse en remolino sobre la explanada. Las pocas personas que ya andaban en las calles se santiguaron.

La luz del sol irradió sobre el pueblo de San Pedro. La gente y los mineros por igual intuyeron que hoy sería un día diferente o tal vez todo sería diferente a partir de hoy.

En pocos segundos nada quedó en aquella explanada, ni siquiera el recuerdo de un encuentro inusual de ánimas desterradas. Sólo los espíritus de los antiguos huachichiles regresaron al monte para seguir viviendo en armonía con su entorno intangible.

Este cuento, de Homero Adame, fue el ganador en el 2do Concurso de Cuento Corto convocado para el Onceavo Festival Cultural de Cerro de San Pedro, 2012.

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Biblioteca Homero Adame mitos y leyendas