Un blog de mitos, leyendas, costumbres y tradiciones de México

Archivo para enero, 2013

Leyenda de Colima: El fantasma en la laguna

EL FANTASMA DE UNA MUJER EN LA LAGUNA

Leyenda de Comala, Colima

Mucha gente Laguna en Comala, Colima - Foto de Homero Adame (1)dice que ha visto que en las noches aparece el fantasma de una mujer en la laguna. Cuando se aparece, primero se forma como vapor en el agua y luego se ve un resplandor y del resplandor sale la muchacha, muy hermosa ella. Los que han visto eso se asustan porque no es normal que una muchacha ande caminando en la superficie del agua, pero más se asustan los que ya han oído esta leyenda y ven ese fantasma.

Los huicholes (1ra parte)

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LOS HUICHOLES (Primera parte)

Relato escrito por Homero Adame y publicado en su libro Catorce voces por un real, obra ganadora del Premio “20 de Noviembre” de Narrativa, en 2004.

Yo fui inspector escolar. Tengo más de veinte años de estar jubilado; cuando alcancé ese puesto fue la máxima satisfacción de mi vida profesional. Antes era maestro, primero rural y luego de la ciudad, pero poco a poco fui ascendiendo hasta llegar a ser lo que fui dentro del magisterio.

Nací en Valparaíso, Zacatecas. Mi padre se crió en la hacienda de mi abuelo Sebastián Mendoza, allá por los rumbos de Capistrano, y mi madre es oriunda de Real de Catorce. La Revolución los afectó muchísimo y todos vinieron a menos. Mi abuelo murió en las balaceras y así se perdió la hacienda. Fue entonces cuando mi abuela se mudó a Valparaíso. Por mi lado materno la cosa resultó parecida: mi abuelo Rufino tuvo su mina en Real de Catorce, pero con la debacle se fue a vivir a Zacatecas, abandonando todas sus tierras que para entonces ya no servían para nada. Mi madre creció en Zacatecas y allí conoció a mi padre. Se casaron y vivieron felices en Valparaíso, donde mis hermanos y yo cursamos la escuela. Hice la normal en Zacatecas, pero, como dije, mis primeros trabajos fueron en las áreas rurales del estado. Años después ingresé al sistema federal y me asignaron otros puestos, como ése de inspector, el cual me ofreció la satisfacción de conocer tantos lugares muy remotos fuera de mi estado que, en otras circunstancias, probablemente jamás hubiera visitado.

Cuando uno crece en Valparaíso se acostumbra a ver a los huicholes en sus peregrinaciones rumbo a los territorios de Catorce, en el Altiplano potosino. Desde niños los veíamos pasar, y mi padre nos contaba muchas historias de ellos. Resulta que en años anteriores los huicholes pasaban por la hacienda de mi abuelo, y ahí paraban (no en la casa grande, sino en las tierras), pues mi abuelo los conocía bien y les permitía quedarse junto a los aguajes. A mí no me tocaron esas épocas, sin embargo años después sí me fue posible acercarme a varios grupos de huicholes, ya cuando yo era inspector escolar.

En mis primeros años en ese puesto me asignaron la sierra del Nayar. Iba yo a las escuelitas de poblados como El Ángel, El Pastor, La Ciénega, La Cofradía, Mesa del Nayar, Jesús María, San Juan Peyotán, Nayar e incluso a Santa Teresa, entre otros, donde la mayoría de los habitantes son huicholes de pura sangre. Siempre ha sido difícil entrar allá, los caminos son muy malos y peor aun en aquellos tiempos, con esas terracerías y barrancas de miedo. Regularmente volábamos en una avionetita hasta La Mesa, y de ahí seguíamos por caminos, en jeeps, camionetas o inclusive en lomo de bestias.

Si llegar allá era harto difícil, más dificultoso era ser admitidos por esa etnia porque siempre ha tenido gran recelo contra los blancos, contra «los españoles», como ellos nos llaman. No obstante, yo pronto me identifiqué con ellos y fui ganando su confianza. Los más viejos recordaban las historias de cuando sus antepasados cruzaban por las tierras de mi abuelo Sebastián, a quien le debo el nombre. Así fue cómo me aceptaron. Por los cuentos de mi padre yo sabía que en una ocasión, hace ya muchísimos años, unos huicholes que regresaban de su peregrinación fueron perseguidos por encomenderos «españoles», y mi abuelo los protegió en su hacienda. Desde entonces, con mucha gratitud, nuestro apellido quedó grabado en la memoria de esta gente.

La verdad es que conviví poco con los huicholes porque mis estancias eran muy cortas. Iba a esos poblados dos veces por año, y conforme me fueron viendo más y más, los pobladores terminaron por reconocerme como amigo. Fue precisamente en el pueblito de El Ángel donde hice buena amistad con Camilo, un hombre viejo, serio, delgado, bajo de estatura; de facciones y piel duras, pelo cano y largo, bigote ralo y una incipiente piocha blanca; siempre vestía sus atuendos tradicionales y coloridos de manta bordada, sin faltarle el paliacate. En ese entonces, yo no comprendía bien el modo de pensar de los huicholes, ni sus jerarquías (aunque no puedo presumir de que ahora los entienda), pero poco a poco fui conociendo un poco más de su mundo. Fue así como me percaté de que Camilo era el Maraakáme de su pueblo, algo así como el guía, el chamán, el sabio.

Nunca me tocó participar en alguna de las ceremonias importantes de los huicholes, y mucho menos hacer la peregrinación a los territorios de Catorce que, según entiendo, es todo un reto a la fuerza humana, sin dejar de mencionar cuán maravilloso debe ser el cruzar las sierras para llegar a las llanuras y, finalmente, al desierto, donde vive el hermano mayor de los huicholes: el peyote-venado.

Con Camilo pasé largas noches de plática. Tomábamos café, que yo les llevaba como regalo, comíamos galletas o pan y fumábamos cigarrillos…

Puedes seguir leyendo parte de este relato en el siguiente enlace: Los huicholes (2da parte).

El relato completo y el libro está disponible en Amazon para versión impresa y para electrónica en Kindle.

Nota: la imagen superior fue tomada del muro de Real de Catorce Mágico en Facebook.

Mitos y leyendas del Altiplano: Auroras boreales

AURORAS BOREALES EN EL ALTIPLANO DE MÉXICO

Testimonio escuchado en algún lugar donde convergen los estados de

Coahuila, Nuevo León, San Luis Potosí y Zacatecas

 

—Mire que hay cosas que uno no se puede explicar porque no sabemos qué son –anticipa don Ramón Maldonado, un campesino como de 85 años de edad, radicado en el municipio de El Salvador, Zacatecas–. Se lo cuento porque luego unos dicen que son cosas que de fantasmas, que del diablo, que de Dios y que hasta de los marcianos –ansinita mero decían antes, que de los marcianos. Esto que le voy a platicar a mí me tocó verlo cuando estaba chiquitillo, y vivíamos allá por los rumbos de San Jorge, y no nomás a mí me tocó verlo sino que a muncha gente también. Sí sabe usté de los cometas, ¿vedá? Bueno, eso que veíamos en el cielo no eran cometas, eran luces que se movían de un lado a otro, ansina como borniándose. Haga de cuenta que ya en la noche, de esas noches sin luna, en el cielo, hacia el norte, salían luces de colores que bailaban, sí, haga de cuenta que bailaban. ¿Qué serían? Vaya usté a saber. (Historia recopilada por Homero Adame.)

—Han de haber sido lo que en ciencia se llaman auroras boreales –le digo a don Ramón–. Se sabe que muy al norte, cerca del Polo, se dan esos fenómenos de luz, pero es raro, muy raro, que se vean hasta acá.

—Ah, mire… Entonces son cosas de la ciencia. Pero de esto que le cuento fue nomás una vez, cuando yo estaba chiquitillo y pastoreaba cabras.

—¿Cómo cuántos años tendría usted entonces?

—No, ¿pos qué será?, como unos diez.

—¿Y cuánto tiempo duró eso que veía?

—Duraba muncho rato. Yo creo que toda la noche hasta el amanecer, pero no nos quedábamos mirando eso porque nos recogíamos temprano; sí, antes la gente se recogía temprano. (Testimonio recopilado por Homero Adame.)

—¿Y fueron varios días?

—Sí, yo me recuerdo que sí. ¿Qué habrán sido? A lo muncho una semana y luego ya no volvimos a mirar esas luces en el cielo.

—¿Y de qué color se veían esas luces?

—Me acuerdo que eran varios colores, que rojos, que amarillos, que verdes y todo el cielo hacia acá el norte se miraba muy bonito.

—Oiga, ¿y las chivitas no se ponían más locas? (Relato recopilado por Homero Adame.)

—No. Ya ve que ellas campean de día y en la noche uno las mete a los corrales o se echan a dormir en el monte. Por eso no podría decirle si con aquellas luces se pusieran más locas. Los perros sí se daban cuenta y le ladraban a las luces en el cielo; de eso sí me acuerdo. (Historia recopilada por Homero Adame.)

—¿Y por qué cree usted que la gente pensaba que era cosa de los marcianos?

Pos habrá sido por “falta de ignorancia”, creo yo. Es que ya ve que cuando uno no se puede explicar algo, pos le echa la culpa a los fantasmas o a las brujas o a lo que sea, y como eso se miraba en el cielo, pues créibanos nosotros que era cosa de los marcianos; sí, eso decían las gentes mayores.

—¿Y las gentes mayores habían visto algo así antes?

—Me parece que sí, pero no me acuerdo bien. O sea que decían que era como los cometas que luego vienen de vez en cuando.

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Nota: las imágenes de auroras boreales fueron tomadas de dos sitios de Internet, Arteleku y Euroexpress. Que los enlaces sirvan de crédito a sus autores.

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