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Las tortas compuestas de Linares – una riqueza gastronómica de Nuevo León

TORTAS COMPUESTAS

Dádiva culinaria de Linares

Uno de los platillos más vistosos y representativos de Linares, N.L. son las tortas compuestas. Nadie sabe con exactitud desde cuándo se prepara, quién lo inventó, pero según algunas versiones, fue una monja del Colegio Modelo quien las dio a conocer, pues ella había llegado de otra parte del país y conocía la receta. Otra versión explica que dichas tortas son típicas de Guadalajara y quien trajo la receta a Linares fue la Srita. Fidelfa de la Garza que junto con otras personas comenzó a prepararlas para las fiestas de la iglesia de San José. Sea cual sea la versión correcta, es sabido que tanto en esa institución educativa como en las iglesias han conservado la tradición de prepararlas y venderlas en las kermeses.

Las tortas cTortas compuestas de Linares, NL - imagen tomada por Homero Adame (1)ompuestas tienen como base la mitad de una “margarita” (pan de media noche) que se baña con salsa de chorizo entomatada y se le agrega picado de papa, zanahoria, huevo duro y orégano; también puede añadírsele betabel y/o chícharos como variante. Quien las prefiere con chile, les agrega chile del monte (raras veces se les pone salsa picante).

A simple vista, las tortas compuestasTortas compuestas de Linares, NL - imagen tomada por Homero Adame (3) parecen ser un platillo sencillo de preparar, pero lo cierto es que es muy minucioso y toma mucho tiempo. Por esta razón, poca gente las elabora y de cierto modo ha quedado relegado a ocasiones especiales, como son las kermeses y las fiestas religiosas. Es común que cuando el Colegio Modelo, la Casa Parroquial o el Seminario van a preparar tortas compuestas, llamen a sus clientes y amigos para vendérselas bajo pedido, y nadie desaprovecha tal oportunidad.

Para quedar satisfecho con estas tortas se recomienda comer por lo menos tres, y tienen la peculiaridad de ser tan deliciosas que uno quisiera seguir comiéndolas. Por lo general se comen frías, por lo tanto son un platillo muy fresco, además de muy lucidor por su colorido.

Mitos y leyendas de Nuevo León: Los relojes de Lampazos y de Linares

LOS RELOJES DE LINARES Y DE LAMPAZOS, N.L.

(Entre la anécdota y la leyenda)

Podríamos decir que hasta la tarde del 15 de junio de 2008, Lampazos y Linares tenían algo en común: sus tiempos estaban invertidos.

La frase popular «Cada quien cuenta su versión de los hechos» bien puede aplicarse aquí, toda vez que en ambas poblaciones neoleonesas se cuenta una anécdota sin precedentes que explica cómo ellas, al parecer, comparten una historia que la mayoría de sus habitantes desconoce, acaso porque nadie se tomó el acierto de consignarla en su debido momento, o bien, porque entró en el campo del olvido con el paso de los años. Es una historia de tiempo y de relojes, de la cual tenemos a continuación dos versiones.

(Una versión de Lampazos)

En Lampazos hay gente que recuerda cuando llegó el reloj que tienen en la fachada de la parroquia. Aunque las fechas no se precisen, cuentan que las familias acaudaladas habían reunido una buena suma de dinero para adquirir un reloj que habrían de colocar en el campanario. Para ello, se formó una comisión que fue a Europa con el propósito de ver opciones y finalmente consiguió el mejor en disposición. A su regreso, dijo que sería un reloj muy fino, de cuatro carátulas, con una quinta más pequeña viendo hacia el interior de la torre, que serviría al relojero para ajustarlo o repararlo. La comisión había arreglado también todos los asuntos del traslado y explicó que el reloj llegaría en determinada fecha en el tren proveniente de Tampico. El entusiasmo de los pobladores fue generalizado.

Foto de Homero AdameSe aproximó la fecha del arribo del reloj y el pueblo se vistió de fiesta. Para el día pactado, todo estaba listo y tanto la clase gobernante, como la eclesiástica, la elite social, el pueblo y hasta el telegrafista se dieron cita en la estación a esperar el tren, que ese día llegó a tiempo. La banda del pueblo no dejó de entonar sus melodías para aumentar la algarabía. Era tanta la emoción que nadie se percató de que fue el tren de Laredo el que llegó a tiempo y no el de Tampico.

Mientras tanto, como la oficina de telégrafos estaba sola en esos momentos, nadie estuvo para recibir un telegrama que trataron de enviar desde Monterrey, en el cual se explicaba que por una causa inesperada y, al parecer, por un malentendido, habían bajado el embalaje en Linares.

Llegó el tren y ¡también el reloj! Lo que nadie sabía fue que dicho reloj no era el destinado a Lampazos, sino que era el que iba para Linares. Ni siquiera las personas que lo habían comprado se dieron cuenta del error, quizá porque estaban tan emocionados como el resto de los vecinos.

Bajaron el pesado embalaje y lo llevaron al atrio de la parroquia, donde, con gran festín, colocaron el reloj en el campanario de la iglesia. Para ello, los obreros tuvieron que modificar el orificio previamente hecho con el afán de ajustar las dimensiones del reloj para que su única carátula se viera en la fachada.

A mucha gente, al igual que a sus compradores, se le hizo extraño que el reloj en cuestión no fuera tan suntuoso como les habían prometido, ni que tuviera cinco carátulas. Entonces concluyeron que habían sido estafados por la firma europea que se los vendió. Días después, cuando se enteraron del error, nadie se atrevió siquiera a sugerir que quitaran el otro o que fueran a Linares a reclamar el propio, aunque si presentaron una queja contra las autoridades linarenses, la cual no prosperó.

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(Una versión de Linares)

Cuentan algunas personas de Linares que el reloj que estuvo en la torre-campanario de Catedral hasta el pasado 15 de junio era robado, literalmente, pues no estaba destinado para esa ciudad.

Foto de Homero AdameHace muchos años, la feligresía linarense aportó sus bilimbiques para comprar un reloj que engalanara la única torre de la iglesia. Sin pasarse de manirrotos, todos cooperaron y apenas reunieron lo necesario para adquirir un reloj de una sola carátula, poco suntuoso, pero eso era mejor que nada. Dicho reloj llegaría de Estados Unidos, en el tren de Laredo a Tampico.

Con bombo y platillo, se llegó la fecha programada. El tren de Laredo pasaría por Linares a la hora de costumbre; es decir, tarde como siempre. Sin embargo, alguien se enteró que en el tren proveniente de Tampico venía un reloj. Esa persona avisó a las autoridades linarenses y aunque éstas sabían que el suyo venía desde otro destino, de todas maneras formaron un comité que de inmediato fue a la estación con la esperanza de que hubiera un error. Y lo hubo, o hicieron que hubiera.

Por extraño que parezca, ese día el tren llegó a tiempo y, en efecto, traía un embalaje muy grande. La comisión linarense, entre dimes y diretes con el jefe de estación, arguyendo errores en el destinatario, pues «seguramente en Tampico se equivocaron al poner en la etiqueta Lampazos en vez de Linares», casi a la fuerza, si no es que a punta de pistola o con una buena «mordida», bajó el embalaje para llevárselo al centro. Como en pueblo chico el chisme corre pronto, cuando la comitiva y el reloj llegaron al atrio de Catedral, ya estaban todos los habitantes reunidos y la banda de música tocaba alegremente. Con gran jolgorio abrieron la enorme caja y a todos se les hizo extraño que el relojito que habían comprado era en verdad un reloj muy impresionante, de cuatro carátulas y otra adicional que serviría para que el relojero lo ajustara cuando fuese necesario. Todo mundo se sorprendió muchísimo por la calidad del mismo, pues a nadie se le hubiera ocurrido en su más aventurada fantasía que con tan poquito dinero se pudiera adquirir un reloj tan fino. Aunque todos intuyeron que debía existir un error, los del comité se encargaron de hacer correr el rumor de que se trataba de un regalo enviado del cielo.

Los obreros, que para entonces ya habían abierto un boquete en el lado poniente de la torre para dar cabida a la única carátula del reloj adquirido, se vieron obligados a expandirla (sin más pago que indulgencias, ¡bien haiga!) y, además, abrir tres orificios más para que las cuatro carátulas se vieran desde los cuatro costados del campanario. Una vez terminado este trabajo, mientras la fiesta continuaba, colocaron el reloj en la torre.

Fue así como por muchas décadas Linares tuvo un reloj ajeno, disfrutó el sonido de las campanas que marcaban la hora y los cuartos de hora y muchas de sus generaciones vivieron con el tic-tac de un tiempo que no les correspondía.

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Linares «sin tiempo» – Fotografía de Jorge Adame M.

Reloj de Linares en 2010 – Fotografía de Homero Adame

Reloj de Linares en 2010 – Fotografía de Homero Adame

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