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Tradiciones mexicanas: Los altares olvidados en Días de Muertos

LOS ALTARES OLVIDADOS EN DÍAS DE MUERTOS

Ensayo de Homero Adame

En cualquier fecha, durante nuestro trajinar obligado o recreativo por los caminos del país solemos ver por ahí determinados monumentos que poca o nada atención les prestamos porque, digamos, ya forman parte integral del paisaje. Sin importar su tamaño, color o estilo son muy abundantes y de cierto modo están dedicados a la Muerte. De hecho, se trata de recordatorios al vivo de que la Muerte es omnipresente y en ocasiones ronda algunos tramos de la carretera. Cuántas veces hemos visto puntos específicos donde estos altares, o “tumbas”, se hallan distanciados por pocos metros entre sí a un lado de la cinta asfáltica, factor indicativo de que en muchos de tales lugares han perecido los conductores descuidados, y en otros porque el trazo mismo del camino los tornan peligrosos.

Aunque estas “tumbas”, muchas sin inscripción y todas vacías, suelen pasar inadvertidas, sin duda tienen un mayor impacto que los “monumentos al conductor irresponsable” que la Policía Federal de Caminos acostumbra colocar estratégicamente en temporadas vacacionales para concientizar a los viajeros.

Algo que vale la pena notar es el respeto que se le otorga a dichos altares, en particular cuando se expande alguna carretera para agregarle carriles, pues salvo casos muy excepcionales, rara vez son removidos de su sitio. Asimismo, aun en las autopistas de cuota también es permitido levantar tales monumentos después de un fatal accidente.

¿Alguien se ha preguntado qué sucede con esas “tumbas” durante los Días de Muertos? ¿Son acaso visitadas por familiares y amigos para decorarlas con alguna ofrenda? La respuesta puede sonar muy sencilla, pero casi todas continúan tan solitarias como los otros 363 días del año, para con ello entrar en la categoría de “la tumba olvidada”, fenómeno por demás común en los panteones por igual.

Manejar por nuestras carreteras los primeros días de noviembre nos puede despejar algunas dudas. De tal modo, nos percataremos de que la mayoría de esos altares lucen ignorados, sin el alegre color dorado de los cempasúchiles o el púrpura de las patas de león. La razón puede ser que los familiares del “difunto” vivan a muchísimos kilómetros de distancia y no tengan ni los recursos ni el tiempo de darse una vuelta al lugar donde pereció, además de que lógicamente prefieren llevarle su ofrenda a la tumba del cementerio donde sus restos están en realidad sepultados.

Sin embargo, de vez en cuando uno puede encontrar las agujas en el pajar, o algunas de esas “tumbas sin difunto” con decoraciones, lo cual tal vez signifique que el trágico suceso fue reciente o que los deudos viven en las cercanías y todavía se toman el tiempo de ir al lugar de los hechos para arreglar el altar, dejarle una ofrenda y con ello mantener el recuerdo del ser querido en sus corazones.

En fin. De tal manera entendemos una vez más que las expresiones rituales en México son infinitas y muy variadas y que la fiesta de Muertos en estas fechas se siente por doquier, aunque en la mayoría de los casos los monumentos carreteros dedicados a la Muerte luzcan olvidados.

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El altar de muertos en la Huasteca dedicado a Xantolo

EL ALTAR DE MUERTOS HUASTECO DEDICADO A XANTOLO

Altar de muertos huasteco - Xantolo, de Homero Adame

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Mitos y leyendas de la Huasteca: Los huehues, un legado de Xantolo

LOS HUEHUES, UN REGALO DE XANTOLO

Leyenda escuchada en San Vicente Tancuayalab, S.L.P.

Existen muchas versiones sobre el origen de las danzas de los huehues. Por un lado, algunas apuntan que surgieron gracias a las tradiciones tének, pero otras afirman que es legado azteca cuando éstos conquistaron y subyugaron a la Huasteca. Sin importar cuál historia sea la correcta, lo cierto es que quienes las ejecutan están seguros de que sus danzas son anteriores a la llegada de los aztecas y, por lo tanto, son parte de su cultura ancestral, aunque ésta haya sufrido sincretismos.

Cuentan en San Vicente Tancuayalab que la tradición comenzó hace muchísimos años, un día en que se celebraban las fiestas de Xantolo y todo mundo andaba triste en el cementerio dejándoles ofrendas a sus difuntos -el aspecto de los panteones de aquellos tiempos era diferente al de ahora, pues no había cruces ni imágenes cristianas. La costumbre era sentir tristeza y llorar a los difuntos en su día; todos la seguían cabalmente.

Se dice que en esa ocasión, de la nada apareció un espíritu enmascarado que se puso a bailar entre las tumbas. Como la gente era muy supersticiosa y tenía muchos miedos, todos corrieron a sus casas y fueron a buscar al sacerdote -chamán tének- para contarle acerca de tal aparición y pedirle que hiciera un ritual para que con eso el ánima chocarrera mejor se fuera a otra parte y no los siguiera asustando. El sacerdote se dirigió al panteón, acompañado de los lugareños, y descubrieron que el enmascarado continuaba bailando alegremente entre las tumbas. Entonces, el sacerdote le preguntó: «¿Quién eres? ¿Qué quieres aquí?» El ánima respondió en lengua tének y así estuvieron hablando por un buen rato, mientras la gente seguía atenta el curso de la conversación. Luego, el misterioso enmascarado pronunció unas palabras en una lengua que nadie entendía, salvo el sacerdote, quien sí comprendió el mensaje, y luego trasmitió a los suyos. Les dijo: «Este ser es el espíritu del mismo Xantolo que quiere enseñarnos cómo honrar a nuestros muertos con estas danzas». Leyenda de Homero Adame tomada de https://adameleyendas.wordpress.com/2010/10/13/mitos-y-leyendas-de-la-huasteca-los-huehues-un-legado-de-xantolo/

La gente se mostraba escéptica y pensó que a lo mejor se trataba de un chistoso que andaba jugándoles una broma. En eso, y de nueva cuenta, Xantolo dijo unas palabras en aquel lenguaje desconocido y aparecieron más ánimas igualmente enmascaradas que también se pusieron a bailar como si todo fuera una fiesta, y no un día para sentir y expresar tristeza. A partir de entonces, se corrió la voz por todos los pueblos de las huastecas, potosina y veracruzana, y la gente ha seguido la tradición de organizar danzas con huehues enmascarados que bailan en las calles y en los panteones con singular alegría para divertirse, en vez de sumergirse en un momento de llanto y amargura.

Cabe mencionar que en la parte correspondiente al estado de San Luis Potosí a esta tradición le llaman «huehuadas», mientras que en la de Veracruz, «viejadas», pues son huehues disfrazados de mujeres. Asimismo, se cuenta que las máscaras de diablos surgieron con la religión católica, pues estos ángeles caídos pertenecen al catolicismo, no a la cultura tének. Aunque la cosmogonía ancestral de los nativos incluye demonios, antiguamente no eran ni rojos ni tenían cuernos.

Por último, la tradición de los huehues indica que luego de varios días de danzar en las calles, hay que terminar la Fiesta dedicada a Xantolo bailando en el panteón, pues fue así como empezó la costumbre, pero igual lo hacen porque los tének desean compartir esta alegría con sus antepasados, a quienes también les gustaba bailar. Leyenda de Homero Adame

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Para saber algo más sobre San Vicente Tancuayalab:

Cuando los misioneros franciscanos fundaron este pueblo, en 1545, lo llamaron San Francisco Cuayalab. En el año de 1767, al ser ascendido a villa, se le conocía como Villa Fundadores San Vicente. Mucho tiempo después, recibió el título de cabecera municipal, ya con el nombre actual.

Sus nombres históricos tienen varios orígenes: Cuayalab o Tancuayalab, porque así lo llamaban los nativos tének, en cuya lengua significa «lugar del bastón de mando»; San Francisco, porque es el fundador de la orden, y San Vicente, por ser el patrono de la localidad, aunque la fiesta «patronal» se celebra el 4 de octubre, día de San Francisco de Asís.

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Este relato salió publicado en el libro: Libro de Homero AdameMitos, relatos y leyendas del estado de San Luis Potosí, en 2007; coeditado por la Secretaría de Educación y la Secretaría de Cultura. La edición estuvo al cargo de la Mtra. Déborah Chenillo Alazraki, entonces Directora de Publicaciones de la SECULT. El diseño de portada lo hizo Beatriz Gaytán.

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